sábado, 10 de octubre de 2020

44 islas

44 islands


Mi querido amigo Carlos Romero Torralva acaba de publicar Cuarenta y cuatro islas, remembranzas de sus numerosas travesías por mar. Hace años me envió desde las islas Vanuatu, en el océano Pacífico sur, la fotografía que aparece en la portada, y hace pocos meses me remitió desde Sevilla el manuscrito de 300 páginas que conformaría el libro. 

 


Carlos es químico, ingeniero de materiales y graduado en ciencias ambientales. También es explorador y navegante. Su curiosidad le ha llevado a interesarse vivamente por la música, la pintura, la arquitectura, la historia, los idiomas, la economía, la biología…

Estas múltiples facetas se reflejan en el precioso volumen que comento. El arte de navegar y sus aconteceres; la fenomenología del mar y de los vientos; las anotaciones varias y fascinantes sobre la geología, fauna y flora de las 44 islas visitadas; la vida y cultura de sus habitantes, desde Vancouver a Malta, desde Lobos a Hierro, desde Yerba a Honshu, desde Malekula a Singapur… Un vívido relato para disfrutar y aprender.

¡Enhorabuena, Carlos! 

domingo, 5 de mayo de 2019

Las hormigas de Juan Ramón

The ants of Juan Ramón


Llevo varios meses alejado del mundo de la mirmecología. Me he sumergido, y perdido, en la obra poética y prosística de Juan Ramón Jiménez, nuestro gran poeta español. Una obra enorme, compleja y profundamente bella que me ha regalado innumerables horas de absorta lectura en los parques de Madrid.

Juan Ramón Jiménez pintado por Sorolla

Juan Ramón citó poco a las hormigas, casi de pasada. He aquí algunos textos:

(Platero y yo
Están ya aquí, Platero, las golondrinas, y apenas se las oye, como otros años, cuando el primer día de llegar lo saludan y lo curiosean todo, charlando sin tregua en su rizado gorjeo. Le contaban a las flores lo que habían visto en África, sus dos viajes por el mar, echadas en el agua, con el ala por vela, o en las jarcias de los barcos; de otros ocasos, de otras auroras, de otras noches con estrellas... 
No saben qué hacer. Vuelan mudas, desorientadas, como andan las hormigas cuando un niño les pisotea el camino. 

(Españoles de tres mundos. Dulce María Loynaz) 
Sí, santa teresita de talco, exverde, ya comida por dentro de las hormigas menores de la vida cosquilleante; cantorcilla disecada, clavada hueca también, como un imperdible de espina, a esa vida. Como si su exhalación, su alma perdida, la dejara entre los otros, seca. Pero no para morir. Como ella, ardiente y nieve, carne y espectro, volcancito en flor; no pesadilla de otro ni, en sí, sonámbula. 

(Españoles de tres mundos. Corpus Barga) 
Directo, con la distancia menor y rápida. Su escritura tiene el vuelo de rectas y ángulos de una libélula... Parece que escribe con sarmientos, con yerbas, con agua, con hormigas, con escoria, con rocío. 

(Españoles de tres mundos. Salvador Dalí) 
Las hormigas de alas salen volando del cuadro y se posan en lo imposible. Una barra de níquel de flores de almendros. Un sol estraño que deslumbra de modo irrepetible, una coincidencia escalofriante en que se suma con arte májico lo inocente, lo orijinal, lo criminal y lo sádico. 

(Olvidos de Granada
La fiesta sobre el agua está al otro lado, el lado que yo veía desde el Colejio del Puerto de Santa María, con la jente chiquitita, como hormigas, sobre las murallas. 

(Por el cristal amarillo. Mi padre) 
En verano sentábamos a mi padre en el patio de mármol entre el jardín y el zaguán. A las doce se lo llevaban mi madre y mi hermana Victoria, a acostar. Y a veces se quedaba allí solito, sin decir nada, como si no hubiera nada, mirando todo distraídamente... Entonces yo me iba al jardín a ver la tierra negra de los arriates –la tierra negra del jardín que me gustaba tanto-, donde en la noche clara se veían las hormigas, la maraña del jazmín y sus hojas, las estrellas del cielo; y no sé qué adivinación lenta y cada vez mayor, como un barco que avanzara desde las estrellas, me iba acercando, como una realidad, como una existencia de lo futuro, la pena inmensa. 

(Cuentos largos
¡Cuentos largos! ¡Tan largos! ¡De una página! ¡Ay, el día en que los hombres sepamos todos agrandar una chispa hasta el sol que un hombre les dé concentrado en una chispa; el día en que nos demos cuenta de que nada tiene tamaño, y que, por lo tanto, basta lo suficiente; el día en que comprendamos que nada vale por sus dimensiones -y así acaba el ridículo que vio Micromegas y que yo veo cada día-; y que un libro puede reducirse a la mano de una hormiga porque puede amplificarlo la idea y hacerlo el universo! 

(Luna grande
La puerta está abierta, 
el grillo cantando. 
¿Andas tú desnuda 
por el campo? 
Como un agua eterna, 
por todo entra y sale. 
¿Andas tú desnuda 
por el aire? 
La albahaca no duerme, 
la hormiga trabaja. 
¿Andas tú desnuda 
por la casa? 

(El Zaratán
Josefito Figuraciones se representaba el pecho de Cintia Marín como una casilla blanca con todo, así como la casilla del enterrador, zaguán, patio, comedor, galería, sala, corral, dormitorio. Algo como un hormiguero de una sola hormiga, un hormigón; o un panal virjen sin abejas, con el zángano solo. 

(Sandovalito. Francisco R. Sandoval
Nos echábamos en las piedras grandes de la mayor soledad, Cercedilla, entre el cuervo y la hormiga. Y allí, en doble individualidad acompañada, leíamos, ciencia o poesía, estudíabamos latín, alemán o inglés, soñábamos, pensábamos, todo con la vehemente ilusión de nuestras dos juventudes; yo 22, él 45. 

(Diario de un poeta recién casado
[El cementerio] Es como la plaza del pueblo, lo despejado, lo claro, lo junto al cielo, a donde se viene, la mañana de asueto, a ver los lejanos horizontes azules. Sus tumbas se derraman, como unas ruinas bellas, como una luna hecha pedazos, por lo verde, o buscan, entre las casas, la sombra de las ventanas con flor. Los niños se paran tranquilos entre ellas, hablándoles a sus juguetes, absortos en una hormiga, mirando sus globitos rojos, morados, amarillos...

*****
Pero yo quería contarle al lector otro tipo de vínculo que he establecido entre la poesía y las primitivas hormigas del género Leptanilla. En la búsqueda de sus machos alados, llevo dos veranos consecutivos recorriendo numerosas localidades de España y Portugal. Lo hago solo, desplazándome en tren o en autobús. Llegado al lugar escogido, realizo largas caminatas, de sol a sol, asomándome a fuentes, piscinas, estanques y charcas, o poniendo en el campo trampas solares nocturnas con luz ultravioleta que recojo al día siguiente. 

Trampa solar nocturna con UV en el valle del Jerte, Cáceres

En la raíz de esta labor solitaria, desvinculada del mundo académico, hay siempre un sutil impulso poético que mantiene constante el entusiasmo… Cierto es que hay también, detrás, un proyecto naturalista concreto y diáfano: una primera constatación, tras dos años colectando en media hectárea de terreno en Madrid, de que estas hormigas minúsculas y subterráneas, consideradas excepcionalmente raras, son realmente abundantes y diversas en simpatría; como consecuencia, la recolección en otras regiones de la península debería aportar novedades. Y esto es lo que ha sucedido en mis viajes. ¡El número de especies duplica de momento las actualmente descritas! 
El hecho mismo de colectar numerosos ejemplares conlleva, de un lado, la mejora y puesta a punto de los métodos de captura; de otro, la posibilidad de diseccionar, sin la cautela de lo excepcional, algunos especímenes. Esta disección, que a su vez requiere cuidadosos métodos de preparación microscópica, ha revelado, como les contaré algún día, la existencia de estructuras desconocidas en el género Leptanilla e, incluso, en la familia Formicidae. 

Mi colección de viales y preparaciones de Leptanilla 

Cerrando el círculo de lo poético-naturalista, sepa el lector que en mis viajes de recolección llevo siempre un libro de poesía. Hace dos años fue Memorias del estanque, la autobiografía lírica de nuestro magnífico poeta Antonio Colinas. El verano pasado fue Platero y yo, de Juan Ramón. Más allá de la belleza de esos textos, mi sorpresa inacabable es descubrir, poco a poco y en la medida de mis posibilidades, cómo la magia del lenguaje ilumina zonas nuevas de la realidad.

sábado, 6 de abril de 2019

La Ciudad de las hormigas (1597-1684)

The City of ants (1597-1684)

En 1684 Johann Simon Dilger publicó en Alemania un opúsculo de 32 páginas titulado Rempublicam Formicarum, “La república de las hormigas”. El tratado consta de dos partes: una dedicada a la organización social de estos insectos (Pars Politica), y otra a la descripción de aspectos morfológicos, reproductivos y de comportamiento (Pars Physica).

Portada de Rempublicam Formicarum, de J. S. Dilger (1684)

Especialmente llamativo es el dibujo que aparece en la portada bajo el epígrafe “Delineato Civitatis Formicarum”. Se trata de un esquema o plano de un hormiguero rectangular en el que se indican los cuatro puntos cardinales mediante los nombres respectivos de sus vientos: Céfiro, el dios griego de los vientos del Oeste; Euros, el dios griego de los vientos del Este; Auster, el dios romano de los vientos del Sur; Aquilo, el dios romano de los vientos del Norte.


El texto explicativo de este plano apareció originalmente en la obra enciclopédica Dies caniculares (1597) del obispo y humanista italiano Simeone Majoli​ (1520–1597). Dilger lo transcribió literalmente y añadió el dibujo que figura en la portada de su opúsculo. El libro de Majoli, compendio de Historia Natural y de temáticas tan dispares como la licantropía, los fósiles o la magia, alcanzó numerosas ediciones y fue traducido al alemán y al francés. La edición francesa de 1609 es la que he utilizado para traducir al español la descripción del plano del hormiguero. 
El mismo Majoli nos dice que las observaciones que siguen las realizó durante el papado de Gregorio XIII (entre 1572 y 1585):

[…] Voy a contar lo que yo mismo he observado sobre este tema. Un día de julio me levanté temprano para dar un paseo por las afueras de un pueblo de la región de Apulia llamado San Bartolomé. En el camino encontré un trozo de madera cuadrada de ocho pies de largo bajo el cual había un nido de hormigas. Con el fin de contemplar sus pequeños habitáculos, pedí a mis sirvientes que levantaran suavemente la madera, de tal forma que no se causara ningún destrozo ni alteración a lo que hubiere debajo.
Al retirar la madera apareció un hormiguero cuadrangular de barro, de unos cuatro pies de largo y algo más de un pie de ancho, en el que observamos a las hormigas yendo y viniendo de acá para allá por galerías o pasadizos, cual si fueran habitantes de una ciudad. Era cosa admirable ver el trazado rectilíneo de lados y ángulos, y las dimensiones constantes de longitudes y anchuras, como si en su construcción se hubieran empleado la regla y el compás de un arquitecto. Había un pasadizo muy recto, de un dedo de anchura y profundidad, que recorría de lado a lado el hormiguero. Dicho pasadizo estaba atravesado por otros tres de similar anchura y profundidad, equidistantes entre sí, que generaban tres intersecciones. En los extremos cerrados de dichos pasadizos estaban amontonados los huevos de las hormigas. Las cavidades de la otra parte del hormiguero estaban tan repletas de granos, que rebosaban sobre las galerías. La limpieza de todos estos caminos era maravillosa. No había ni una pequeña piedra, ni polvo, ni paja, ni líquido alguno. En definitiva, todo lo que vimos debiera considerarse una verdadera Ciudad en la que existe una loable vigilancia, una particular necesidad de conservar bien la descendencia, la economía y los edificios, en la que cada ciudadano trabaja siempre por el bien público, ya en el campo, ya encerrados en beneficio colectivo y, en fin, donde cada cual cuida de la salud de todos los habitantes. Solo había una entrada orientada al Céfiro, pues estos pequeños animales, según pienso, creen que no debe orientarse al Aquilón, al Euro o al viento del mediodía. Estábamos todos confundidos y asombrados de que tan extraordinario trabajo lo llevaran a cabo las hormigas en la oscuridad, y de que hubieran determinado la conveniencia de construir su ciudad en el llano del país en vez de en lugares escarpados, donde no habría sido posible hacerlo tan bien […].
*****
Desde Pierre Huber (1810) y Auguste Forel (1874) sabemos que algunas especies de hormigas orientan el eje mayor de los domos o cúmulos externos de tierra de sus hormigueros en dirección Este-Oeste, de tal manera que la cara Sur reciba óptimamente los rayos solares. Es probable que muchos otros comportamientos constructivos, y con ellos la arquitectura resultante, estén guiados por ineluctables mecanismos de orientación, en buena parte desconocidos todavía.

miércoles, 6 de marzo de 2019

Las hormigas del Sueño de Polífilo

The ants of the Dream of Poliphilus

En 1499 se publicó en Venecia un libro extraño, sorprendente: la Hypnerotomachia Poliphili o Sueño de Polífilo. Magníficamente editado, con 168 xilografías, narra el romance de Polífilo y Polia a través de un enigmático sueño lleno de referencias esotéricas y mitológicas. Aunque anónimo, su autor pudo ser el monje dominico Francesco Colonna, cuyo nombre aparece al unir las letras iniciales de los capítulos. 
Esta obra fue pronto traducida a varios idiomas, y todavía hoy conserva su halo misterioso y atrayente, como muestran las ediciones completas inglesa y española realizadas a finales del siglo XX. Entre sus numerosos grabados hay un emblema con hormigas, emblema que se reprodujo en el siglo XVI en la fachada de la Universidad de Salamanca.

Emblema del Sueño de Polífilo (1499)

Emblema del Sueño de Polífilo en la fachada de la Universidad de Salamanca (siglo XVI)

En el texto original se describe de esta manera el emblema en cuestión (trad. de Pilar Pedraza): 
[…] En otro frente de la base cuadrada, a su derecha, había una figura circular redonda con estos elegantes jeroglíficos: primero, un caduceo con serpientes; en la parte inferior de su vara, una hormiga que crecía hasta convertirse en elefante, a uno y otro lado. En la parte superior vi igualmente dos elefantes que decrecían hasta hacerse hormigas; entre ellos, en el centro, había un vaso con fuego, y al otro lado un platillo con agua. Lo interpreté así: «Pace ac concordia parvae res crescunt, discordia maximae decrescunt». 
Este lema latino, procedente del historiador romano Cayo Salustio, puede traducirse así: “En paz y concordia las cosas pequeñas crecen; en discordia, las mayores disminuyen”. Al contemplar el grabado de 1499 advertí que el artista puso 4 patas a las hormigas. La curiosidad me llevó inmediatamente a sondear las ediciones posteriores que se hicieron a lo largo del siglo XVI. En la segunda italiana, de 1545, se usaron las mismas planchas, y las hormigas continuaron con 4 patas. Pero en las ediciones francesas de 1546, 1554, 1561 y 1600, las hormigas aparecen con 8 patas:
Emblema del Sueño de Polífilo (1546)

Finalmente, en la obra Der furnembsten notwendigsten der gantzen Architectur… (1547), del médico y humanista Walther Hermann Ryff, se reproduce el emblema, pero ahora con hormigas de 6 patas (las situadas a la izquierda del caduceo):
Emblema del Sueño de Polífilo (1547)

A modo de síntesis, estas son las tres hormigas diferentes que deparó la sucesión histórica del emblema del Sueño de Polífilo: 

Hormigas del Sueño de Polífilo (siglo XVI)

¿Por qué esta cambiante tipología? Porque el artista (y el común de los mortales) no solía plantearse por entonces la pregunta de índole naturalista “cuántas patas tiene una hormiga”. Había, simplemente, la general constatación de que las hormigas tienen patas, y el principio intuitivo de que dichas extremidades se disponen en simetría bilateral (siempre el mismo número de patas a un lado y otro del cuerpo: 2 y 2, o 3 y 3, o 4 y 4, etc).

domingo, 24 de febrero de 2019

Las hormigas en fray Pedro de Valderrama (1550-1611)

The ants in friar Pedro de Valderrama (1550-1611)

Pedro de Valderrama (1550-1611) fue un fraile agustino sevillano en cuya orden llegó a ser visitador, provincial y prior de varios conventos andaluces. Además de estas labores organizativas, dedicó buena parte de su tiempo al estudio (en ocasiones hasta 14 horas diarias) y a la construcción de iglesias y conventos. Pero donde brilló de forma particular fue en la predicación. Sus sermones alcanzaron gran prestigio, fueron traducidos a varios idiomas y se difundieron por Sudamérica. Cuentan las crónicas que a veces, para que la multitud asistente lo viera y oyera mejor, lo subían a las bóvedas mediante escaleras levadizas fabricadas para la ocasión.


En sus Ejercicios espirituales (1611), compendio de muchos de sus sermones, fray Pedro menciona varias veces a las hormigas. Y lo hace de manera original, yendo más allá de la mera repetición de citas clásicas (Aristóteles, Plinio, Eliano, San Jerónimo o Salomón), tan frecuentes en su época. Es muy probable que nuestro fraile observara con cierto detenimiento los senderos de las ubicuas hormigas recolectoras del género Messor. Dichas observaciones, como vamos a ver enseguida, le llevaron a hacer deducciones sorprendentes, en las que aunaba imaginación y sentido común.


***
En este primer texto, fray Pedro de Valderrama deduce que las hormigas siguen un rastro de olor a lo largo de los senderos que las conducen a alimentos distantes. La realidad de estos rastros -su concepción y confirmación- no se hará patente hasta los experimentos de Chales Bonnet en el siglo XVIII:
[…] Pues a estos tales perezosos, con suma discreción envía la sabiduría de Salomón a la hormiga. Pero antes que sepamos por qué los envía a la hormiga a que aprenda, sepamos por qué llama a los sabios del mundo (cuando son infieles) perezosos. La razón es que, por no dar un paso más adelante, se dejan morir de hambre. Así son los filósofos, los gentiles y los herejes, los cuales solo creyeron lo que vieron con los ojos de su razón natural, sin que hubiese remedio de hacerles dar un paso más adelante para que creyesen lo que no veían. Válgame Dios, ¿no daréis un paso mas adelante  y sacaréis por el olor lo que no se ve por los ojos?, pues vemos muchas veces que invisibilia dei per ea quae facta sunt intellecta conspiciuntur [lo invisible de Dios resulta visible para el que reflexiona sobre sus obras]. Y que así no es cosa de grande asombro, ni muy repugnante, que por lo que se ve se pueda entender lo que no se ve, y por el olor de una cosa se pueda venir a pasar más adelante a otra, si hubiese narices de fe que supiesen oler. Pues para que no se pare el infiel como perezoso, sino pase adelante a buscar el sustento que no se ve, envíale Salomón a que aprenda de la hormiga: Vade ad formicam, o piger [Ve a la hormiga, oh perezoso]. Está una hormiga en su cueva, sepultada en un profundo debajo de la tierra, y veréisla despoderada salir de su cueva con otras infinitas, caminar y caminar, que llevan por aquel campo un hormiguero y una larga procesión de ellas. Preguntadles: “¿dónde vais hormigas, tan alentadas?” Responderán: “vamos a un montón de trigo que está un cuarto de legua de aquí”. “¿Habéislo visto con los ojos?” Claro está que responderán que no. “Pues ¿cómo creéis en lo que no veis, tan ciertas y confiadas que no os ha de faltar lo que nunca habéis visto?” “Porque tenemos narices -responderán ellas- y por el rastro de olor habemos creído lo que no vemos, y así sin dudar lo vamos a conseguir”. Pues Vade ad formicam, o piger. Perezoso infiel que de pura pereza no das un paso más adelante que hasta donde te descubre la vista de los ojos, vete a la hormiga y aprende de ella a creer lo que no se ve, y huele por el rastro de unas cosas las otras, y vendrás a dar en ellas. 
***
En este segundo texto fray Pedro de Valderrama alude a un curioso experimento representado en un emblema aparecido en la obra Emblemata (1564) del humanista húngaro Joannes Sambucus (1531-1584). En dicho emblema se ve a un hombre tocando una especie de campana en presencia de abejas y hormigas. Al estímulo del sonido, las abejas se organizan volviendo juntas a la colmena; por el contrario, las hormigas se dispersan y huyen sin orden. Hoy sabemos que las abejas, además de percibir vibraciones del substrato, perciben también sonidos de baja frecuencia, de hasta 500 Hz, transmitidos por el aire (a través del órgano de Johnston situado en las antenas). En las hormigas se ha establecido con certeza la percepción de vibraciones del substrato a través del órgano subgenual de las patas, pero se debate todavía si son capaces de detectar sonidos transmitidos por el aire. Sea como fuere, el experimento expuesto por Sambucus en el siglo XVI es sumamente atractivo. Hace tiempo, el modesto naturalista que les habla compró (antes de conocer a Sambucus) una trompetilla de las que se usan en los campos de fútbol… Quería observar si el comportamiento de una hormiga forrajeadora se alteraba de algún modo al soplarle estridentemente con dicho instrumento. ¡Fue un sonado fracaso¡ En fin, sepa el lector que hay que experimentar infatigablemente. Yo andaba y ando desconcertado con las hormigas que, de pronto, sin causa conocida, comienzan a girar y girar en pequeños círculos…
[…] Es cosa verdaderamente misteriosa hacer memoria de estas dos sabandijas [abejas y hormigas], que aunque parecen muy diferentes, todas son símbolo de trabajo y unas muestras de los hombres, y así Salomón los envía a ellas, a que aprendan a trabajar. La hormiga representó siempre entre los antiguos el vulgo, la turba popular, y la abeja a los nobles, a los reyes y príncipes, finalmente a la gente que se gobierna por razón. La razón de comparar los primeros a las hormigas es porque, aunque tienen algún sentido y alguna manera de providencia (por donde vinieron a decir los poetas, entre sus mentiras, que las hormigas habían sido hombres) sin embargo las ven sin rey, sin obediencia ni concierto, y comparáronlas a la turba, que discurre sin concierto y las perturba cualquier cosa. Pero la abeja tiene obediencia, tiene rey a quien está sujeta, pelea y castiga, guarda justicia y piedad; y así se verá una diferencia particular que descubrió naturaleza en estas dos sanguijuelas, y es que el sonido que congrega y junta a las unas, desbarata y derrama y aún ahuyenta a las otras. Y así, si alguno tocase una campanita junto a un hormiguero, verá a las hormigas desatinadas huir por diferentes partes sin orden; y si con el mismo sonido tocase junto a una colmena, vería que todas las abejas, llamadas con aquella campana y obedientes, se juntan y se aúnan con grandísima facilidad. En lo cual parece que naturaleza quiso descubrir la diferencia que había de la turba y vulgo a los hombres de razón y principales. Aquellos, aunque juntos, son como la arena, cuyo montón, aunque tenga muchos granos, cualquier viento que sopla los esparce, porque aunque juntos, no están unidos ni tienen prudencia para saberse sujetar a la obediencia y llamamiento de los Príncipes, que se significó por el toque de la campana, a cuyo sonido es costumbre juntarse para alguna cosa, pues la gente noble y de razón, que guardaba justicia y tiene premio para el bueno y castigo para el malo, es muy obediente. De esto hizo un emblema Sambuco, a quien puso por título Universus status, y pintó en ella un hombre que estaba tocando como una campanilla, a un lado de la cual estaba un montón de hormigas que al sonido huían desatinadamente, y al otro una colmena en la cual al mismo sonido se juntaban todas las abejas.

 Tomado de Emblemata de Joannes Sambucus (1564)

De lo dicho se colige que en este estado universal de una república, unos son el vulgo, la turba y muchedumbre, como las hormigas; otros, la gente de concierto, de sabiduría y virtud, como las abejas. Pues decirle el Espíritu Santo por Salomón al perezoso que vaya a aprender de la hormiga y de la abeja, no es otra cosa sino decirle al amigo de holgarse y de estar ocioso que tienda los ojos y mire en una república. No solo los hombres de concierto, que son como abejas, sino el vulgo, en todo lo demás muy desordenado, todos lo convidan a que trabaje y deseche el ocio y no emperece. Qué cosa es ver la hormiga, qué de caminos que anda por traer el trigo, cómo lo descubre y huele desde muy lejos, cómo tiene por ligera aquella carga pesada, cómo lo guarda, cómo lo quebranta para que no nazca, y otras cien diligencias en cuyo ejercicio ni para de día ni duerme de noche. Pues que si volvemos sobre las tareas de las abejas, aquella solicitud con que discurren por todas las flores, qué cargadas vuelven a las colmenas con el rocío y cómo, aunque más cansadas vengan, y trabajadas, no lo dejan perder, sino luego con extraño artificio labran los paneles, obedecen a su rey, salen a la guerra en su defensa, y otras cien cosas que sería nunca acabar. Pero aunque en las hormigas y abejas es el trabajo y solicitud igual, en una cosa le ganan las abejas a las hormigas, y es en el rigor grande que tienen contra las otras abejas que no sirven más que de ser gorronas y comerse el trabajo de los demás, criando más vientre de lo que puede su tamaño, a los cuales comúnmente llaman zánganos. Pues a estos tales no pueden sufrir las abejas sin que luego al punto los degüellen, y como a peste de su república las echen fuera quitándoles la vida. Por esto pues Salomón dice que vayamos a la hormiga y a la abeja, como si dijera: Perezoso, mira toda una república entera desde la más mínima persona del vulgo hasta el más alto Príncipe de ella, y verás cómo todos condenan tu ocio con su trabajo, y que cuando más nobles son los que te ven ocioso, te condenan a mayor castigo. Pues si en una república bien ordenada altos y bajos todos trabajan, ¿por qué quieres tú estarte ocioso?
***
Siendo prior del convento San Agustín de Sevilla, fray Pedro de Valderrama contrajo paludismo, que le llevó a la muerte el 25 de septiembre de 1611.

Ruinas del convento San Agustín de Sevilla


martes, 29 de enero de 2019

Palacio del Acebrón. El último secreto de Doñana

Acebron Palace. The last secret of Doñana 

A principios de la década de los sesenta Luis Espinosa Fondevilla, heredero de una rica familia bodeguera, construyó un sorprendente palacio en la finca de la Rocina, una de las áreas más hermosas de Doñana, a pocos kilómetros de la Ermita de El Rocío. 


A dicho Palacio del Acebrón, hoy convertido en museo etnográfico, fui destinado durante un año en calidad de Guía del Parque Nacional de Doñana. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, y esta pasada Navidad, mientras visitaba a mi familia en Sevilla, recibí la visita de mi querido amigo José María Galán, que me traía, recién sacado de la imprenta, un imponente libro de 334 páginas en gran formato, escrito e ilustrado profusamente por él mismo. Su título: Palacio del Acebrón. El último secreto de Doñana


Galán, actual Guía del Parque, experto rastreador, artista y notabilísimo emprendedor, ha descubierto en el “conjunto Acebrón”, como él lo denomina, numerosas claves masónicas, cabalísticas y bíblicas que abren una nueva perspectiva para entender el Palacio y su entorno. 


Galán se adentra en pormenorizados detalles históricos, arquitectónicos, geológicos o biológicos para enmarcar sus hallazgos esotéricos e interpretativos, hallazgos expuestos con extraña precisión y agilidad narrativa. 


Contagiado del misterio y la armonía de un enclave único, Galán, conocedor como pocos del valor de lo que tiene ante sí, concluye uno de los capítulos con estas expresivas líneas no exentas de lirismo: 
“Los santuarios naturales no solo protegen la biodiversidad o contribuyen al respeto de la belleza natural, evitando su destrucción, su deterioro o su desfiguración por la mano del hombre. En pleno siglo XXI, los ciudadanos demandan refugios emocionales, zonas de inspiración para afrontar el caos, las crisis y los retos crecientes. Definir un nuevo paradigma de relaciones entre la humanidad y la naturaleza quizás sea el mayor desafío al que nos enfrentamos en este siglo. De conseguirlo, será nuestro mayor logro”. 
¡Enhorabuena, José María!

sábado, 5 de enero de 2019

Obreras de Tapinoma nigerrimum siguiendo senderos

Workers of Tapinoma nigerrimum following trails

He comentado en otras entradas de este blog la extraordinaria capacidad expansiva de Tapinoma nigerrimum, cuyas obreras van colonizando extensas áreas a medida que localizan nuevas fuentes de alimento, estableciendo aquí y allá numerosos nidos  conectados mediante una tupida red de pistas activas a lo largo de la primavera y el verano. Entre las particularísimas adaptaciones de esta especie está el llamado taponamiento de nido, por el cual colman de piedras y granos de tierra las entradas de nidos ajenos para evitar la salida de sus habitantes.
Contemplando los transitados senderos permanentes, no dejaba de asombrarme la rapidez de las obreras, cuya velocidad oscilaba entre los 3 y los 8 cm por segundo, dependiendo de la temperatura ambiente, de si iban o no cargadas, y del tamaño de las obreras (entre 2.5 y 4.5 mm de longitud).
En el siguiente video, filmado en verano en un parque de mi barrio de Moratalaz, Madrid, puede verse uno de estos senderos activos:


La curiosidad me llevó a filmarlos a cámara lenta, exactamente a 600 fotogramas por segundo. Una primera observación interesante fue que las obreras, a alta temperatura y velocidad, no se limitaban a mantener el eje longitudinal de su cuerpo paralelo al sustrato. Regularmente daban una amplia zancada y elevaban la cabeza y el tórax hasta formar un ángulo de 20º con el suelo, momento en que volvían a bajar inclinándose hacia delante hasta alcanzar el plano horizontal, y así una y otra vez, alternando ambas posiciones.


Aquí, la escena en movimiento:


Pero lo que más llamó mi atención fueron los repetidos contactos antenales realizados por las obreras contra el suelo en sus trepidantes carreras. No se trataba de un simple rozamiento más o menos al azar, sino de un sistemático anclaje de la punta de la antena sobre el sustrato, comportamiento que iba asociado a un leve giro lateral de la cabeza.


En dichos anclajes, que duraban entre 7 y 15 milésimas de segundo, la parte anterior de la antena se iba doblando hacia delante, sin soltarse, a medida que la obrera avanzaba. Llegado un punto, la inercia del cuerpo conseguía desprender la antena, que quedaba al aire:


Analizando algunas filmaciones cabía estimar que una sola antena podía realizar, por metro recorrido, unos 300 anclajes antenales. Inmediatamente me planteé una extraña hipótesis: ¿podrían tener las antenas, en esta especie, una función locomotora además de la evidente función olfatoria? No era completamente descabellado. Podrían servir al mantenimiento del equilibrio en las veloces marchas sobre los senderos permanentes, marchas que constituyen una de las claves exitosas de estas hormigas. Sea como fuere, procedí a preparar y montar antenas para su inspección al microscopio. Quería ver qué había en el extremo del último segmento antenal.


Las estructuras cuticulares con capacidad sensorial, las llamadas sensilas, son abundantes en las antenas de la familia Formicidae. Pude observar, en otras preparaciones, las sensilas internas -coelocónicas y ampuláceas- cuyo único indicio externo es un poro sobre la superficie antenal. En la imagen anterior se aprecian diversas sensilas externas: las abundantes sensilas tricoideas curvadas (tipo 1 y 2) y las gruesas sensilas basicónicas, perpendiculares a la superficie de la antena y siempre emparejadas con las rectas sensilas chaéticas… En el ápice de la antena existen varios pares de sensilas semejantes a las chaéticas, pero más pequeñas, curvadas y gruesas en su base, y, al menos en Tapinoma nigerrimum, aparentemente no emparejadas con sensilas basicónicas. Las he denominado sensilas chaéticas apicales, y podrían ser las causantes del brevísimo anclaje de las antenas durante las rápidas carreras en los senderos. Además de su posible función en la locomoción, dichas sensilas deben contribuir a proteger el extremo de la antena en los continuos contactos con el sustrato.


viernes, 21 de diciembre de 2018

Las hormigas de Miquel Barceló y su madre

The ants of Miquel Barceló and his mother

He visitado en el Real Jardín Botánico de Madrid una hermosa exposición de telas dibujadas por el artista español Miquel Barceló y bordadas por su madre Francisca Artigues. 


En un enorme tapiz que da nombre a la exposición, Vivarium, todo lleno de seres vivos, reales e imaginarios, en el que madre e hijo trabajaron cerca de dos años, he contemplado unas preciosas hormigas que quiero compartir con el lector:






martes, 27 de noviembre de 2018

Transparentar hormigas

Clearing ants

He estado haciendo algunas pruebas con métodos para aclarar o blanquear especímenes de hormigas. Me he guiado especialmente por los artículos de Stüben y Linsenmair (2008) y Porto et al. (2016) que pongo al final de este post junto a los vínculos para descargarlos.
Estos métodos permiten observar estructuras internas de manera sencilla, dilatando las posibilidades de la indagación morfológica. He escogido una obrera de Polyergus rufescens. Este ha sido el tratamiento aplicado: dos días sumergida en una solución de hidróxido potásico (KOH) al 10%; media hora sumergida en agua oxigenada (H2O2) al 3%; finalmente, introducción del ejemplar en glicerina, en una pequeña placa Petri, donde ha sido examinado y fotografiado con un microscopio invertido.
A primera vista, la obrera no parece demasiado aclarada:


Ya al microscopio, con luz intensa, comienzan a apreciarse algunas estructuras internas, especialmente las más quitinizadas y resistentes a la acción disolvente del hidróxido potásico. Pongo tres ejemplos:
1) El tentorio o armazón interno de la cápsula craneal, soporte de músculos y órganos nerviosos.


2) El espiráculo y la tráquea correspondientes al 2º segmento del gastro. A través del espiráculo se produce la entrada de oxígeno al organismo y la salida de CO2.


3) La estructura cuticular de la glándula pigidial, situada en el borde anterior del 7º tergito abdominal y oculta a los ojos del observador (antes del aclaramiento) por el borde posterior del 6º tergito. ¡Esta glándula no fue descubierta hasta 1984! Antes de iniciar la marcha en grupo para asaltar los nidos de Formica, las obreras de Polyergus frotan los 6 tarsos contra dicha estructura cuticular…


Continuando las pruebas de transparentación, escojo ahora obreras negras del género Messor, variando un poco el método. Someto primero los ejemplares a agua oxigenada al 30 %, durante 48 horas, para despigmentar la cutícula externa, y después a una solución de hidróxido potásico al 10 %, durante 36 horas, para digerir los tejidos blandos internos. El mayor problema, al final del proceso, es la aparición de burbujas dentro de los cuerpos. La solución es hervir cuidadosamente los ejemplares, en alcohol de 70º, durante 5 o 10 minutos, o incluso echarlos en agua muy caliente unos segundos, de tal forma que las burbujas se dilaten y estallen, aunque con riesgo de colapsar el gastro. Los ejemplares se conservan finalmente en glicerina.
Un ejemplo con Messor barbarus:


Si se calienta al baño María, durante 10 o 15 minutos, un tubo con agua oxigenada al 30 % (en el que se han sumergido previamente los ejemplares) se decolora la cutícula pero se conserva parte de los tejidos internos.
Un ejemplo con Messor bouvieri mostrando la masa cerebral:


Estos métodos permiten ver con relativa facilidad estructuras como el estómago social o los órganos estriduladores. Unas estructuras particularmente difíciles de apreciar, incluso para los morfólogos más avezados, son las llamadas “paraglosas”, de función completamente desconocida y que poseen algunos géneros de hormigas. La imagen siguiente quizá sea la primera tomada de las “paraglosas” de Messor bouvieri:


En algunas hormigas hipogeas -pequeñas, amarillentas y poco pigmentadas- se ven directamente algunas partes internas. Si además hacemos uso de la polarización, podrán contemplarse con claridad los músculos birrefringentes. Para conseguir este efecto hay que colocar dos filtros en el microscopio: uno, el polarizador, entre la fuente de luz y los objetivos; otro, el analizador, entre los objetivos y los oculares.
Ejemplo de una obrera de Leptanilla SPA-02, de 1.4 mm de longitud, fotografiada a 100 aumentos:


Con el aprendizaje ganado en la transparentación de hormigas, me decidí finalmente a hacer algunas pruebas con las delicadas y aberrantes larvas de Leptanilla, concretamente las que colecté hace tiempo junto a una colonia de más de 200 obreras.
El resultado fue magnífico. Pude ver con nitidez el órgano exudatorio de hemolinfa que poseen las larvas en el IV segmento abdominal, órgano utilizado por las reinas (y ocasionalmente por las obreras) para alimentarse.
En la siguiente imagen puede verse la posición de dicho órgano exudatorio:


El órgano exudatorio de hemolinfa larval fue descubierto por el japonés Masuko hace cerca de 30 años. Observó que la reina de L. japonica, durante la intensa fase alimentaria previa a la puesta de huevos (en la que su gastro se hipertrofia progresivamente) colocaba la cabeza, preferentemente, sobre el IV segmento abdominal de la larva. Se puso manos a la obra y terminó localizando en dicho segmento: 1) el conducto que transporta la hemolinfa desde el interior del cuerpo, y 2) el poro cuticular por el que sale la hemolinfa al exterior. Para ello empleó cortes histológicos de 1 micra (en el primer caso), y microscopía electrónica de barrido (en el segundo caso).
La gracia de las siguientes imágenes, en las que se aprecian estos extraordinarios órganos descubiertos por Masuko (únicos en la familia Formicidae), es que las obtuve, simplemente, tras sumergir la larva durante 5 horas en una solución de hidróxido potásico al 10%. 



Referencias:


miércoles, 15 de noviembre de 2017

A vueltas con Cajal

Going back to Cajal

Me llegan noticias de nuevas iniciativas para crear en Madrid, por fin, un Museo dedicado a Cajal y su Escuela Histológica. Nunca es tarde si la dicha es buena. El rico Legado de nuestro mayor sabio, consistente en miles de dibujos, preparaciones histológicas, cartas, manuscritos, instrumentos de laboratorio, libros, etc, comenzó a inventariarse y digitalizarse hace pocos años. Un Museo daría visibilidad a este material, permitiendo visitas públicas y facilitando el trabajo de los investigadores.


Entre los manuscritos cajalianos se encuentra uno especialmente singular y que permanece inédito. Se trata de varios cientos de hojas y algunos cuadernos con observaciones, dibujos y experimentos sobre el comportamiento de las hormigas. Cajal, minucioso escrutador de la morfología y la fisiología del sistema nervioso, se adentra por primera vez en el estudio de la conducta animal…
Tuve la oportunidad de trabajar hace 6 años en la transcripción de dicho manuscrito durante una estancia de dos meses y medio en el Instituto Cajal. Durante ese periodo realicé unas 5000 modificaciones y correcciones a una transcripción previa existente, y pude advertir que el manuscrito no reunía todas las observaciones mirmecológicas de Cajal. Algunas nuevas las localicé en fotografías en blanco y negro correspondientes a un antiguo inventario del Legado, pero las hojas manuscritas originales parecían haberse extraviado. Además, encontré algunas preparaciones de hormigas en portaobjetos, y diversas anotaciones en los márgenes de varios libros de la biblioteca personal de Cajal.
Merecería la pena abordar algún día el estudio detenido de estos materiales por parte de mirmecólogos. El tímido intento reciente por parte de algunos neurólogos y psicólogos ha sido ciertamente insuficiente. Junto al análisis del contenido propiamente zoológico (especies estudiadas por Cajal, observaciones de campo,  diseños experimentales, interpretaciones e hipótesis planteadas), debería mostrase el contexto histórico: las conexiones de Cajal con zoólogos y naturalistas de la época, sus lecturas sobre el tema y el estado de la mirmecología de su tiempo.
El manuscrito, debidamente anotado, merecería publicarse para disfrute y sorpresa de muchos.